martes, 20 de octubre de 2009

Lo que escribo cuando reflexiono acerca de la imposibilidad de escribir.

Soy confesora compulsiva y en mi calidad de “Libro Abierto” me veo imposibilitada de guardar secretos, por más absurdos, pequeños o vergonzantes que estos sean. Hoy confieso, a modo de limpieza de conciencia, de expiar males, de romper un hechizo. Hoy confieso con la peor redacción, con metáforas horridas y mal escritas, con la letra pesada como haciendo arcadas para salir. Hoy confieso tener una crisis de escritura, tener un nudo de palabras (feas) que me atraviesan el pecho, que me oprimen despacito y suave. Hoy reconozco, ante mí y ante el que lee, que hace varias semanas no escribo nada más que datos utilitarios; Nada, más que nombres, números, coordenadas o descripciones, todas estas sin gracia alguna, sin más brillo que el de un eventual lápiz bonito con glitter que distraiga el tedio de escribir “fome”, de guardar crónicas, soliloquios, personajes o críticas de gente mal-vestida. Y es que a veces pesa sentarse frente al papel sin hilar nada, como la permanente puntada sin hilo que apuñala una y otra vez rompiendo la tela, dejándola coja. Y es que, al parecer, sólo escribo en 3 circunstancias específicas, en 3 momentos determinados, bien organizados, en 3 razones.
Los mejores escritos emergen de la pena, de vomitar dolores amargos y lágrimas saladitas que aliñan la ensalada dramático-pintamonos de todos los días. Ya no tengo pena, ya no escribo p-e-n-a con sangre o tinta shina roja haciendo las veces de esta. Ya no lloro ni picando cebolla.
El segundo momento es el más cursi, el más dulzón-bombón maricón de todos los estados de mi otrora literaria vidita. En segunda instancia se escribe por amor(sh o quizás entre comillas, pero así más o menos). Mientras más platónico, más lindo. Mientras más lejano, más escrito. Mientras más sufriente, más viscerales y sucias son las letras, más hediondas y rebosantes de fluidos.
Ya no tengo amores ni corazones, no tengo parches ni clavos, no tengo sexo ni heridas. Me he vaciado de romances imaginarios que me pegaban las manos al lápiz escupiendo el producto bruto del corazón roto.
La tercera y última instancia es la más ridícula, la razón más incómoda que provoca el derrame de coágulos rojos sobre el papel/algodón y la ropa más bien oscura. Son razones eventuales, (derechamente mensuales en el caso de un organismo sano) esencialmente femeninas y básicas; no es más que el despojo del óvulo sin uso y la resaca hormonal que este conlleva. De esta razón hoy me cuelgo, enterrando las uñas hasta herir, pues necesito escribir que olvido palabras, que pierdo acentos, que compongo en vano y que el rojo de la letra se destiñe a rosado virginal de agenda tuti-frutti, a simple cursilería de algodón de azúcar y peinado estilo Kathy Barriga de antaño.
Y confieso que no puedo escribir por más que intento, porque las letras se me salen de los dedos, pero de disuelven al primer soplido. Confieso que escribir para mí no es un talento ni una disciplina, sino un estado (o más bien tres) que ya pasó, dejando las letras con falta de ortografía y sin sonido y llevándose las palabras que me servían para parecer inteligente e interesante.
Hoy en día soy una chica-sin-brillo que sólo escribe en post it y no puede decir más de 2 palabras sin terminar en “weá” y a veces siente que le han quitado las manos.

martes, 13 de octubre de 2009