Maldita la belleza post-apocalíptica, tu palidez de invierno, mi preferencia de los huesos a la carne.
Miro tus ojos redondos –tenemos que dejar destruirnos- digo antes que des vuelta.
No puedo memorizar las salidas, las espaldas, y es por eso que pienso que nunca te has ido.
Maldita la incapacidad de retener tu mano tocando mi pelo como el calorcito eterno que me haga dormir.
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