viernes, 3 de julio de 2009

Capítulo veintidós: litoral central.

La playa huele a zoológico. Se juntan todos los olores, todas las razas. Los niños llegan con pantalones bajo la rodilla y la niñita del peinadito canta “yo te conocí por mensiyer”. Comienza la construcción del puente entre las ventanas, yo creo que se va a caer. Alguna familia trae un perrito “mira el perrito” no hay discreción “uhhhh, que chiquito”. El puente no se ve firme.

“¿Dónde está mi princesa? ¿dónde está mi sirena?” el viejo ebrio se arrastra como serpiente, más bien aplastada, no se para y una tabla sale de la ventana para llegar a su homologa el edificio del frente. ¿Dónde está mi princesa? El viejo la agarra y le toca las piernas. Vuelvo al libro, la imagen es asquerosa y da un poco de pena; es como ver las noticias. Todo el bullicio. Somos once y somos C3 como todos, somos grandes y vistosos, somos siete toallas y dos quitasoles, somos pan de huevo y merengue. Al lado ella lo conoció por mesinyer y sal de aquí conchetumare, subía todo el día fotos al fotolog, pero eso fue el año pasao, tay puro gueando.

El viejo guatón busca-princesa-de-once-o-diez-años, como si fuese ciego, busca a tientas palpando sus piernas flacas de arriba a abajo, pero el puente no es puente, es una tabla. Siento que veo tele, porque la princesa no es princesa y el puente es tabla, mientras el viejo babea en besos a la niña que ríe nerviosa. Es de mala educación mirar esas cosas de tan cerca. La tabla llega a la ventana del frente.

En la orilla, donde los pies se mojan de pura espuma, la gente parece más linda, porque el sol ciega un poco y no puedo abrir bien los ojos; pero este puente pobre, otrora llamado tabla, no puede sostenernos. Nadie puede cruzar. Y caemos.
(texto no terminado escrito hace cien años mientras leía el capítulo 22 de Rayuela)

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