miércoles, 6 de mayo de 2009

La moneda y el solcito de la tarde.

A los 15 el combate era inconsciente y con mi novia nos besábamos después de almuerzo frente a la moneda. Enfundadas en uniforme de colegio cuico, aunque fuésemos particular subvencionadas, apestando a completo de $200 nos sentábamos en el pasto de la casa de gobierno, tomabamos el solcito de la tarde y prendiendo un Belmont light nos besábamos hasta salir rodando y quedar manchadas verde-pasto. Nos besábamos tanto que no podíamos escuchar los comentarios de las viejas que, escandalizadas, pretendían ofendernos. Y fumábamos tomadas de la mano comentando cual era la paca más rica del sector. Ahí nos quedábamos toda la tarde, casi sin respirar, mientras la gente caminaba por la representatividad del país y nos veía tortilleando sin pudor entre almuerzo y once. Todos nos veían, así tan niñas, queriéndonos tanto, tan obscenamente.
A mí me gustaba llevarla de la mano después del colegio y pasearla por Santiago centro como exhibiendo el lujo de ser novias de 15, de usar la misma falda y compartir el maquillaje. Como exhibiendo con orgullo el ser fleta, chica y puntúa. Me gustaba mirar a la gente a los ojos cuando nos gritaba mariconas y tomarle la mano más fuerte o abrazarla, casi sentir el sabor rico de hacer las cosas mal. Me gustaba acompañarla a esperar la micro, que nos viesen despedirnos con un beso en el paradero y salir caminando con la cabeza en alto en medio de la gente con cara de curiosidad o asco.
A ella no le gustaba mucho tomarme la mano; muchas cosas le daban miedo. Tenía 2 años más que yo y mucha más experiencia, aún así se sentía un poco sucia de quererme. Le gustaba más la oscuridad de un bar alternativo o quizás un baño. Aún así se acostumbró a nuestros paseos y perdió el miedo, sin dejar de sentirse incómoda.
Yo la llevaba frente a la moneda para que estuviésemos “solas”, nos sentábamos entre las palomas que solían cagarle el pelo o la falda para que yo a consolara haciéndole cariño mientras se acostaba en mis rodillas. La llevaba a la moneda como protesta tácita, como acto político silente, pues me gustaba que me vieran feliz con ella. Ella fascista de ignorancia como era, inconsciente por fenotipo, no se daba cuenta de lo linda que era la imagen; creía que era más rebeldía
beber siete horas y llegar borrachas a casa.

1 comentario:

Anónimo dijo...

ella te prohibía besos por días largos y no te llamaba si tú esperabas un poco de cariño de vuelta